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Serrat no da la talla en Madrid

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El pasado mes de diciembre me presenté en este mismo blog sacándome el sombrero humildemente ante una vieja gloria reiteradamente cuestionada, Joaquín Sabina; cuando, a pesar de cancelaciones, enfermedades y conciertos acortados, consiguió firmar una (al menos una) actuación brillante en el Barclaycard Center de Madrid. También tras retrasar sus dos fechas por enfermedad el pasado mes de mayo y con la sombra de la edad cada vez más alargada sobre su figura, Joan Manuel Serrat se presentaba ante un Palacio de los Deportes abarrotado de almas, casi todas superando ampliamente la cuarentena. Sobre Serrat digo más o menos que dije sobre Sabina hace meses: no me pongo un disco de él en mi casa jamás, pero su voz ha empapado las tardes de juegos de mi infancia tanto en casa de mis padres como en la de mi abuela. Sus letras y melodías forman parte de la Historia del Siglo XX en España, de eso no cabe duda ninguna, y la huella que ha dejado en la juventud de miles de españoles es incuestionable. Pero nada de esto puede defender el triste espectáculo que el cantautor catalán brindó anoche al público madrileño.

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No me voy a detener en hacer una lista de los temas que se interpretaron anoche y que probablemente sean bien similares a los que sonarán esta noche en la segunda fecha que Serrat tiene agotada en Madrid. Solo quiero escribir una colección de impresiones breve, porque pienso que en parte alguien tiene que decirlo. Serrat es un grandísimo cantautor que se ha ganado a pulso un lugar indiscutible en la Historia de nuestra música, pero su concierto de anoche fue patético. Su voz tardó más de 15 minutos en estar a tono y, aún cuando lo estuvo, el volumen global de la actuación era el del susurro. Normal, por otro lado, porque tampoco es que hubiera mucho que escuchar. Ahí donde Sabina hace uno año llevaba una banda nutrida, de ingente calidad, que atronó el Palacio y que fue capaz de auparle y suplirle cuando la voz le fallaba, la instrumentación que llevaba Serrat anoche era tan intrascendente que no hacía más que dejar al descubierto las carencias de la voz del barcelonés de 71 años, quien sencillamente no llegaba a muchos de los tonos y concluía estrofas casi en un susurro ahogado que se tenía que intuir más que escuchar.

Una enorme batería bien rodeada de mamparas que no hacía absolutamente nada (en serio, tanta batería solo para figurar), una guitarra española para el maestro que yo no llegué a oír sonar en ningún momento (le colgaba un cable, quiero creer que estaba enchufado a algún sitio, pero él rasgueaba y no se oía el sonido que el instrumento producía) y un teclado en el que estaban encerrados todos los arreglos de viento y violín que suenan en todos los temas de Serrat. “Bueno, meter un sonido pre-grabado de vez en cuando no es ningún crimen”, me dirán ustedes. Y cierto que no lo es. No vas a contrarar a un violinista para que toque cuatro segundos de un tema. Pero es que todos los temas que se interpretaron anoche sobre el escenario llevaban arreglos de viento, ya fueran trompetas (la mayoría) o flautas (algunos, como Lucía), y es que estos instrumentos no pisaron en escenario ni una sola vez. Cuando hubo coros, estos también estuvieron enlatados. El conjunto sonoro era como si una pequeña troupe circense estuviera haciendo sonar su teclado desde la Casa de la Moneda (un edificio que está junto al Palacio de los Deportes), con la voz del cantautor llegando a las gradas con cierto toque fantasmal.

Al menos, salvo un par de gritos entre el público clamando que “el sonido era una mierda” (bastante justificados) la audiencia supo comprender que se esperaba de ella un silencio más que absoluto, porque como a alguien se le ocurriera cantar o dar palmas, sencillamente no se iba a escuchar lo que sucedía en el escenario. Se fue desgranando ese repertorio que todos hemos oído en casa durante nuestras vidas de manera serena, con algunas interpelaciones que parecían hasta memorizadas, sin aportar más que una arreglística monocromática y plana (¿es posible hacer una versión más sosa y descafeinada de Mediterráneo que la que escuchamos anoche? Habría que llamar al jurado de Operación Triunfo para que lo estudiaran). En el último tramo del concierto Serrat empezó a subir invitados al escenario: Dani Martín (me voy a ahorrar el comentario), Pasión Vega (tal vez la única persona que cantó un pimiento sobre ese escenario anoche), Abel Pintos (¿quién es este señor y por qué se le permitió destrozar Lucía?), Sabina (¡sorpresa! esa seguro que no os la esperabáis) y Ana Belén (para soltar una lagrimita cantando Parules d’amor).

Pasadas las dos horas de actuación yo ya estaba empezando a temer que subiera a la señora de la limpieza a cantar Penélope con él. Pero ni la señora de la limpieza subió ni Penélope sonó. Todos los invitados cantaron Fiesta mientras el público daba palmas, eso sí, bajito, porque si no no se oía gran cosa. Tras ello, todavía, un par de bises (quien escribe estas líneas ya no podía dejar de pensar en el calor del hogar y el pijama) que cerraron la actuación con Esos Locos Bajitos y al ídolo despidiéndose con la mano desde el escenario tras 50 años de trayectoria sobre ellos.

Muchos acudieron a este concierto con la convicción de que tras décadas de idilio con el público, ésta sería la última vez que verían a Joan Manuel Serrat cantar en directo. El tiempo (y supongo que las necesidades económicas del artista) dirán si es o no así. Pero lo cierto es que si de mi hubiera dependido, yo esta gira me la habría ahorrado. No me malinterpreten: es posible que esta crónica no sea más que producto de que soy demasiado jóven para emocionarme con un concierto de Serrat (aunque hace 10 años, en la primera gira que hizo con Sabina, me dejó muchísima mejor impresión). El público se puso en pie y aplaudió durante minutos completos al maestro, aunque no sabría decir si lo hacía por el concierto que estaban viendo o si más bien se trataba de gestos de reconocimiento y agradecimiento a sus cincuenta años de carrera. Quede en este pequeño blog la reflexión personal sobre hasta qué punto artistas a los que no les queda ni voz ni ánimo para hacer nada nuevo sobre el escenario (no miro a nadie, Bob Dylan) se obligan a prolongar sus carreras de manera innecesaria con estas giras de grandes éxitos. Supongo que su intención es buena y un amplio sector del público pareció salir satisfecho del evento. Pero mi opinión creo que ha quedado clara.

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